La verdad es tan dúctil y resbaladiza que se nos escapa de las manos. Vivimos en un mundo donde prolifera el reino de la mentira. Casi nada es como nos lo cuentan, aunque, aparentemente, nos muestren elementos tan cargados de lustrosidad que, el brillo de sus centelleos, nos nubla la propia visión. Y nos gustaría que el relato de la verdad se dirimiera en un esquema simple. Verdadero-falso. Pero a estas alturas de la historia humana, ya es fácil comprender que todo lo que ocurre se encuentra sometido a interacciones múltiples, dependencias de complejos mecanismos que están en la base de cualquier hecho. Por otra parte, lo más habitual es que, además, los relatos que se nos presentan, escondan intereses beneficiados con esos postulados.
Esto, sin embargo, no es razón para abandonarnos al desaliento, ni decirnos "paso de todo" porque nada es creíble. Al contrario, es el momento de poner mayor empeño en nuestra implicación social y política, de un modo consecuente. Lo más razonable es someter esa "verdad" que nos llega con bombo y platillo, a la tela de juicio, sí, pero con el espíritu de llegar al fondo de las cuestiones. No nos queda otra que profundizar, ver lo que se nos transmite desde varias aristas o puntos de vista. Separar el grano de la paja y quedarnos con lo fundamental.
El esquema clásico, que a mí me enseñaron de jovencito para situarnos ante los hechos que se presentaban, sigue ajustándose a este momento:
VER: tener una mirada habilidosa sobre lo que ocurre en nuestro entorno.
JUZGAR: Lanzándonos preguntas. ¿A quién favorece? ¿Qué es lo que busca? ¿Qué es lo positivo y negativo de este hecho? ¿Merece la pena, incluso contando con sus aspectos grises? Etc. ...
ACTUAR: Tomando postura consecuente con el hecho o la "verdad" en cuestión.
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